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¿Será el amor? ¿Será el dinero? ¿Será el poder? ¿Será la fama?
Pues no, no estoy hablando de ninguna de estas cosas. Estoy hablando del tiempo.

Creo es a la vez el bien más cotizado que menospreciado. ¿Quién no se queja a veces de que le falta tiempo? Seas rico o pobre, todos tenemos las mismas horas al día. La buena noticia es por tanto que ese bien tan cotizado y preciado también es el más igualitario.

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Pero ¿quién no ha deseado alguna vez que el día tuviera más horas? Más horas para llevar a cabo esas cosas que nunca te parece dar tiempo hacer. Aunque para cada persona que dice nunca tener tiempo para nada, que no le da la vida, suele haber otra a la que le parece cundir el tiempo para hacer un montón de cosas. ¿Dónde estará la diferencia?

 

Aunque las horas al día sean las mismas para todo el mundo, el tiempo tiene otra propiedad curiosa y es que es capaz de expandirse o retraerse. Si nos lo estamos pasando genial, pasa volando. Si por otro lado estamos aburridos o lo estamos pasando mal, parece que el reloj no quiere avanzar. Vale, las horas siguen siendo las mismas, pero nuestra percepción hace que parezca avanzar más despacio o más deprisa.

¿Cuál es el truco entonces para aprovechar ese bien tan preciado? Por un lado parece ser que ayuda a disfrutar de lo que hagamos. Cosa que a veces resulta más fácil decirla que hacerla. Pero si afrontamos la vida con positivismo y resiliencia nos resultará más fácil. No todo en esta vida es pura diversión y siempre habrá tareas que nos parezcan más pesadas o molestas.

Pero si las afrontamos con esta mentalidad, lo más probable es que el tiempo que tardamos en realizarlas se nos hace eterno o incluso las vamos aplazando o interrumpiendo con cosas más divertidas – voy a consultar un momento el Facebook a ver qué hacen mis amigos; voy a jugar un nivel de Candy Crush, sólo uno… – pero luego la tarea seguirá allí inevitablemente y para cuando nos la hayamos quitado de en medio por fin, resulta que nos ha pasado lo que mencionaba antes: nos hemos quedado sin tiempo para realizar otras cosas que queríamos hacer.

¿Y si intentamos afrontar la tarea con resiliencia? Ya que la tengo que hacer sí o sí, qué tal si me la quito de encima cuanto antes y en cuanto haya terminado me puedo premiar con alguna actividad divertida que me apetece. Este puede ser uno de los trucos de esas personas a las que les parece dar tiempo a tantas cosas.

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El otro truco, y allí vuelvo a la idea de que el tiempo también es un bien menospreciado, es la organización. Menospreciado porque cuántas horas pasarán a veces malgastadas. Organizarte el día a día, tener claras tus metas, ayuda a emplear el tiempo de forma más eficiente y que te cundan mejor las horas. Aunque pueda sonar a rollo, leí una vez que para disfrutar de nuestro preciado tiempo libre también hay que organizarlo, hay que hacer planes.

No hablo de organizarte al minuto cada hora del día y llenarlo a tope con un montón de quehaceres. Pero si no te organizas ningún entretenimiento algún que otro día de la semana, igual llega el fin de semana y tienes la sensación de haber pasado la semana trabajando, comiendo y durmiendo y no mucho más. Puede que encima entres en una rutina de pasarte la vida deseando que llegue el fin de semana. Y luego qué? A llenar el fin de semana con actividades para compensar y acabar estresado de tanta diversión.

Eso suponiendo que al menos has hecho algún plan para el fin de semana. Si no, igual pasa, llega el lunes y te preguntas qué has hecho el fin de semana que no te ha sabido a nada, pero eso sí deseando que llegue el siguiente. Así que igual no es tanto rollo eso de organizarse un poco. ¿Acaso no te ocurre que cuando tienes a la vista un plan divertido, pasas los días con más brío y ganas, deseando que llegue el momento?

Pero puede que ya te organizas el tiempo y aún así tengas la sensación de que nunca llegues a nada o que nunca tienes tiempo para ti con tantas obligaciones. Que si el trabajo, que si la familia, que si las tareas del hogar etc.

Thich Nhat Hanh, maestro zen y monje budista de Vietam, cuenta en su libro «Cómo lograr el milagro de vivir despierto» una conversación con un hombre que le cuenta que después del trabajo llegaba a casa, ayudaba a su mujer, ayudaba a su hijo con los deberes, le leía cuentos. El tiempo que le sobraba lo consideraba como suyo para dedicarlo a leer, escribir y demás. Se dio cuenta de que fraccionaba su tiempo en parcelas de su vida. Pero llegó a la conclusión de que siempre le parecía faltar tiempo para él mismo, cuando cada cosa a la que dedicamos nuestro tiempo, es importante porque la hacemos nosotros y es nuestro tiempo al fin al cabo el que empleamos a realizarla. Habla por tanto de considerar el tiempo que dedica a hacer la compra como su tiempo, el rato que pasa con su hijo como su tiempo, el rato que le dedica a su mujer también como su tiempo. Con esta mentalidad pasa cada momento de su vida de forma consciente y es un «rato para él mismo» y dice que ahora siente disponer de mucho más tiempo para él.

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Thich Nhat Hanh también introduce otro concepto interesante que va contradecir un poco lo que dije antes de «quitarse de encima» tareas poco gratificantes. Cuenta que en sus tiempos de novicio lavar los platos era una tarea desagradable por tener que fregar los platos de todos los monjes sin tener jabón. La lección que aprendió fue disfrutar de estar vivo, consciente de su presencia, de su respiración, de sus pensamientos y acciones. Dice que aprendió el arte de lavar los platos por lavar los platos, sin pensar en qué quería hacer a continuación, apreciando el momento, el cual tiene valor simplemente porque eres tú mismo quien le dedica tiempo.

¿Y si consiguiéramos aplicar esta mentalidad a todos los aspectos de nuestra vida?, realizando todas las tareas, las divertidas y no tan divertidas, de forma más consciente, apreciando el momento y el tiempo que nos lleve realizarlas.

Tal vez nos haría valorar más ese bien tan preciado pero a veces menospreciado que es el tiempo.